miércoles, 26 de mayo de 2010

Catastro




Dejé de ser católico hace unos años. Tengo una imagen. Iba caminado con mis viejos en estas "vía crucis" de la religión apostólica romana, y cargaba una vela encendida y la esperma cubría toda mi mano. Me gustaba, como que me quemaba pero después ni dolía. Se veía choro, como rudo. Tenía no sé, 10 años. Mi madre me dice "Francisco y eso no te duele". Yo la miro y le dijo "Jesús tuvo que haber sufrido más".


A lo largo de la historia de la tierra y de las sociedades y sus respectivas culturas, han definido a Dios como: el sol, la tierra, una persona, etcétera.
Para mí Dios es todo. Está en todo, queramos o no. Lo sientan o no. Es eso que anima todo el universo y va dando y quitando su energía por la crónica de la vida y la muerte.
Cómo explicarlo. Abandoné toda imagen predispuesta en mi cabeza sobre la idea de Dios. Las eliminé y partí de cero. Un viaje caótico. Mil preguntas, una respuesta.


Opio, tabaco indio, vino, humo y prostitutas en una taverna. No suena una mala combinación. Si lo ponemos dentro de la vida de un carpintero que trabaja todo el día y una noche sale a emborracharse, no suena mal.

Hace 1982 años atrás…
Yashua está ebrio. Está casi sentado en el piso, apoyado en una muralla hecha de tierra. Ve la luna con sus ojos desorbitados. La luz que le llega lo ilumina entero. Lleva una vasija a su boca morada, da otro gran trago. Sonríe.

Una hora antes estaba bajo la sombra de una calle, besando y tocando el cuerpo de una prostituta un año mayor que él. Se dicen cosas al oído, tambalean, ríen. Ella le dice "yo sé quien eres" y él tira su cabeza hacia atrás, cierras los ojos y mira al cielo iluminado. Como si agradeciera. Mientras abraza a su mujer, la aprieta a su cuerpo. Va a su cuello y lo besa y ríen pero él no le no le responde nada.

Yashua entró en el lugar y la vio. No le quitó la vista de encima hasta que ella se acercó.

Dejaron la sombra de la callejuela en donde estaban y corrieron a la luz de un mirador muy alto. Encontraron el silencio que buscaban. Sentados en el piso beben. Hasta que él la besa. Ella apoya su espalda en la tierra y con sus piernas abraza la cintura de su compañero. Acto inmediato, él la deja sin ropa. Se besan mucho. Ella lo deja desnudo. Él la penetra y ella le toma su cara.

Acaban y ambos quedan mirando el cielo, desnudos, riendo. Caminan de regreso. Abrazados. Tocan sus manos. Ambos con una sonrisa van mirando el piso. Yashua se detiene en seco, saca de su cinturón una bolsa de cuero que abre y da vuelta en su mano para deja caer unas monedas. Serio le dice "te doy todo lo que tengo" y estira su mano hacia ella. María las rechaza. Se acerca al oído y le dice "sólo regresa a verme". Los ojos de Yashua se abren, sobrios, sonriente la besa. Sus manos se despegan, pero sus miradas no. Uno de ellos gira y se dejan de ver.

Yashua camina lento a su casa, donde lo espera su madre. Todavía le queda algo de vino, pero ni eso le importa. Se siente liviano, completo, feliz. Nunca había sentido algo así. Amor. Se detiene. Con sus ojos cerrados mira al cielo. Su boca es una sonrisa cerrada. Se apoya en una muralla y se deja caer hasta quedar en cunclillas.

UN SUEÑO


Voy subiendo montaña arriba en un Peugeot verde musgo del 78. Vamos en una pendiente casi recta pero el auto sube igual y rápido. Pienso que en cualquier momento se vuelca. Lo olvido. Estoico me pongo el cinturón de seguridad. Confío. Maneja Ignacio, mi hermano mayor.
Lo miro y no despega la vista del frente. Va concentrado con esa seriedad que uno piensa que hasta puede estar enojado. Me mira una vez y se da cuanta que voy de copiloto. No dice nada. Veo su pelo negro, sus patillas crecidas en donde se esconde su lunar. Es su perfil derecho. Miro hacia adelante y sólo veo cielo y un montón de piedrecitas que van saltando por el avance feroz de las ruedas.
El auto da un salto y cae, por fin estoy paralelo al mar, pienso. Me voy a bajar porque quiero estirar las piernas, digo. Salgo y me doy cuenta que estoy en la punta de un cerro y lo único que veo de muy cerca son las nubes blancas que avanzan y la cordillera infinita.
Hay pasto bajo mis pies. De repente se acerca una persona, alguien que está a cargo del tránsito en el lugar. Viste esas chaquetas rojas con cintas amarillas reflectoras y ocupa un gorro. Nos dice que no podemos pasar al otro lado. Miro y veo un túnel. De él va saliendo una caravana de autos con sus luces prendidas.
A Ignacio le urgía pasar por ahí. No sé qué hay allá, pero tenía prisa en llegar. En fin, bajamos.
En el cruce de Av Ossa y Tobalaba, de norte a sur, en el costado derecho de la caótica vía hoy hay una plaza. Antes era un estacionamiento. Vamos pasando justo por el lado. El estacionamiento está lleno de los mismos autos que no nos dejaron pasar arriba.
Recuerdo que antes de bajar de la montaña, el tipo que controlaba el túnel nos dijo que tenía que registrar cada auto. Como en las aduanas.
La mayoría cargaba el cuerpo de una persona. Eran familias que traían a sus hijos, hermanos, mamás o abuelos. De dónde vienen. No entendía por qué iban allá, en búsqueda de los cuerpos. Pero entendí, eso haría cualquier familia. Al parecer fue una asaña, un logro. Se veían satisfechos, se abrazan con una sonrisa, mientras el cuerpo posaba sobre un pedazo de tela.

domingo, 23 de mayo de 2010

TEORÍA DE CAOS



Quizás como "autopista del sur" de Cortázar. Pero sin ningún movimiento.

La dejaré escrita porque que sucederá y
este medio en el futuro no sirvirá de nada.

24 de mayo de 2010.

Estamos en un momento de nuestra civilización en donde todos, sin importar quién, estamos "conectados". La digitalización era parte de nuestra vida diaria. No se cuestiona. Contamos con un aparato que nos permite conversar, vernos, reír, llorar, declararnos, hacer todo sin estar ahí. Hoy puedo comprar sin salir de mi casa, conversar con mis padres a miles de kilómetros de distancia, no moverme y saber todo lo que ocurre en la tierra.
Con mi celular (nótese: célula), sé donde estoy, el número de mis chorro-cientos contactos, direcciones, mapas, música, proyectos, polola, etcétera. "mi vida" está perfectamente ordenada.
¿Qué ocurrió?
Primero, Internet cayó. De dónde, no lo sé, pero cayó a nivel mundial. El comercio del mundo cerró, los bancos dueños de los capitales y dominadores del mundo, sin duda, y de cada país, cerraron. Dejaron a miles de millones sin dinero, que ya no valía nada aunque tuviera miles en mis manos.
Los pedidos de las grandes cadenas de supermercados no llegaron más. El desabastecimiento fue inmediato. Los gobiernos trataron de ordenar el sistema, pero cuando se derramó la primera gota de sangre por un pedazo de pan, se desató un efecto en cadena. Había que cuidar lo propio.
Las personas no sabían qué hacer. Ir a trabajar o cuidar su pedazo de tierra. Las compañías de electricidad dejaron de funcionar. Al igual que las de agua. No había gente disponible para un trabajo, que ya no servía de nada si era pagado con dinero.
Dejamos de preocuparnos por nuestra banalidad. El pasto en las calles empezó a crecer, los árboles se tomaron lo que les habían quitado por cientos de años, su natural frondosidad. Los autos, el hummer de mi vecino, estaban tirados en la calle. Servían más como vivienda que como movilización. Las casas se volvieron cuevas, frías en invierno e infestadas de bichos en verano. Si algo en ellas se rompía, un vidrio, no había cómo repararlo.
La familia se volvió lo primero, como siempre tuvo que haber sido. Unidas. Ahora salen en búsqueda de madera, para calentar el frío de la noche. La población ha subido a la cordillera donde corre el agua pura, como siempre ha corrido.
Hemos retrocedido miles de años.
Yo me he puesto a cultivar. Tengo mi chacra y mi huerta. Las cuido porque en ella veo el futuro de mi hijo, a quien le enseño a leer, a tocar música y diseñar pinturas con los colores que me da la tierra.
Puedo sonar loco, pero me gusta esta vida. Puedo caminar tranquilo por las enarboladas calles de mi ciudad. Santiago nunca había estado tan limpio. Hay veces que tomo mi bicicleta y salgo a recorrer. Dibujo en el papel los lugares que me sorprenden, más que antes. Luego llego a casa y pego los retratos en la pared.
En la noche, ponemos una frazada en el pasto crecido de mi jardín, abrazo a mi mujer e hijo y empezamos a contar las estrellas, porque antes no teníamos en tiempo.