viernes, 31 de diciembre de 2010

últimas palabras

Miles de imágenes pasan por delante de mí.
Una tras otra.
Es una cinta que corre cada vez más rápido. Veo lugares, sol, pasto, árboles, casa, las caras que hoy veo, y las que he visto toda mi vida.
Es como estar antes de morir, donde dicen que puedes ver toda tu vida en un segundo. 
Pues así me siento. 
Me emociono con pasión, como ahora,  con la diferencia  que ahora me controlo. 
Esto me pasa antes de partir.
Estoy escuchando música y siento una sensación única, que literalmente recorre el cuerpo y me hace sonreír con los ojos cerrados.
Solo en mi pieza.
El pecho vibra y no sé por qué, pero mis ojos quieren llorar. 
Es como cuando miro el cielo de un año nuevo, todo iluminado por los fuegos artificiales.
Algo sucede en esos momentos propios, íntimos, donde recuerdas y un par de lágrimas dibujan una línea que llega hasta el mentón.
Ojos que no lloran por pena, ni tampoco por alegría, sino por amor.
Y es ahí cuando la cinta empieza avanzar y avanzar.
Me voy despidiendo de a uno, como si fuera a morir.
Los abrazo y los beso, para que siempre me recuerden.
Una sonrisa.
No saben cuánto los quiero.
Qué feliz soy.

martes, 28 de diciembre de 2010

Fiestas


"Vístase bien po perrito. A mí me gusta verlo bien vestido para navidad" me decía mi madre. "Déjalo tranquilo" respondía la voz de mi padre, por algún lugar del patio se escuchó. Yo vestía como lo estaré los próximos dos meses de mi vida (primera pinta de izquierda a derecha). Roñoso. Con una camisa que amo, pero tiene mil quemaduras y manchas, y con una bermuda casera del mismo tiempo. Serán estas mis pendejadas, mis mañas, mis rituales, parte de un espacio más crítico de mi carácter. Ni idea.

Si no es ahora, será más adelante. Pero, sin duda, nunca igual como ahora. Me voy para recordar, producir lo que quiero, encontrar las luces que siento tocar. Florecer de nuevo. Reencarnar todas mis vidas en este envase, vía mía, mi medio. Saltar de cuerpo en cuerpo y recorrer todo el Universo, Dios, donde he vuelto mil veces. Listo para responder a un nuevo llamado y ponerme a  trabajar, o sea, simplemente a vivir.

Me voy convencido de que voy en buen camino, tranquilo. Pactadas todas mis dudas, tomo mi mochila y la lleno con: 3 camisas y 3 poleras, 1 jeans, 1 pantalón de tela, 2 pares de chalas y las tillas de futbol. Lentes de sol. Un sapito para guardar las monedas y un cigarro en la boca. La polera de Chile-mundial 98. 1 polerón. 1 abrigo. Para vivir: 1 plato, servicios, 1 cuchillo. Cocina. 8 Gases. 1 ollita. El mate, 1 termo y la hierba. Para no ser weón: 1 linterna y pilas. Todo dentro de una bolsa en donde va: 1 sepillo de dientes, tijeras y mil chucherías. Perfume. 1 puro. Saco de dormir de 700 gramos y una toalla Doite pro. 1 sombrero. 

Para la mente: llevo 1 cuaderno empastado y en blanco. 1 agenda. 1 libro: "Las Venas Abiertas América Latina". Oportuno. 2 Lápices. Llevo: mi cámara de foto, cargador, 2 baterías, 1 cable usb, 1 memoria de 2 gb y 1 de 1 gb. Poco. Bolsito para que pase piola. Todo esto, dentro de un bolso negro en donde cargo mi vida. Por el momento. Una frase en una peli que dice "la vida es lo que pasa entremedio de los planes". Gringos. Y, claro, también va Juampo, mi oso. Destino: conocer mis tierras. Colombia.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Vector

Otra ocasión en la que he visto mi futuro exacto, fue como a la misma edad. Era  navidad del 95, jugaba con una porotera que me llevó tardes enteras de construcción y modificaciones que incrementaron su poder de fuego. Al final, no ocupaba una botella, sino, un tubo de pvc y globos. Unas vueltas con cinta aislante y listo. Con el tiempo, ya tenía un mango y si apuntabas con ella, dabas miedo. Luego, el cañón pasó a ser más grande que su base, desde donde salía dispara la piedra. En manos de cualquier niño, era un arma mortalmente intimidante.

Así, jugaba solo de noche, a eso de la una de la mañana, en medio de la calle. Sólo escuchaba las copas y voces que salían de las casas de mi cuadra. Y a lo lejos, al fin de mi calle, Bilbabo. Descargaba una, dos, tres piedras seguidas por repetición y acompañadas por algunos sonidos extraños que emitía. ¡Tusf! ¡Tusf! Las piedras se iban enterrando en un pedazo de plumavit que se había volado de su bolsa de basura. 

Después de los tres disparos, pensé qué pasaría si una de las piedras rebotaba y me daba en el ojo. Al mismo tiempo en que lo imaginé, la cuarta descarga iba con la máxima potencia que mi arma había alcanzado. La piedra rebotó y me dio de lleno en el ojo. Solté el juguetito y me llevé las dos manos al ojo, presionaba. "Me habré quedado ciego" hasta me pregunté. Después de un dolor desesperadamente incesante, abrí mi ojo cubierto por una lágrima que costaría mucho en caer.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Otro sueño

Todos salieron antes que nosotros. Mi padre y yo tuvimos que viajar a Colina, si es que ese lugar se podía reconocer como Colina. Quizás, Colina, pero de hace 100 años atrás. Viajamos a pie y en tren para ir a buscar un auto fúnebre. Era bastante exótico, de color rosa crema, y, más bien, era una  carroza deportiva. "Aquí estamos, éste es" me dijo mi padre. El carro se posaba bajo cuatro palos y un latón de sic a modo de techo. No sé a quién esperábamos. El piso estaba cubierto de  barro y paja. En vez del auto, debía haber un caballo allí.

Es el primer recuerdo que tengo de hablarle a mi viejo con tanta espontaneidad, soltura y libertad de vocablo y temáticas. Antes era: Sí, Señor. No, Señor. Algo así. Desde el lugar podíamos ver los terrenos loteados sobre unos grandes bloques de piedra. "Cómo se construye sobre piedra. Será tan fácil como me lo imagino" pensé. Subimos a  ver una de las casas. Para mi sorpresa, una era  de la familia de Alekos, un compañero del colegio. En la cocina charlamos, mientras Alekos se movía de allá para acá, preparándose unos potes con comida. 

Titulado de arquitectura- dijo.

Qué bien. A mí me queda poco.

A qué rato- se entrometió la madre de Alekos, reluciendo la claridad mental de su hijo y dejándome entre el común popular de la gente. Recuerdo que también lo hacía cuando me subía al auto. Resulta que yo me iba a pie y ellos en auto y bajábamos todos por el mismo lado y un día ofrecieron llevarme. Cada vez que me subía en ese auto, la madre de Alekos miraba hacia atrás y yo lograba sentir el peso de su vista despectiva. "Este niñito no debería juntarse con mi hijo" creo que pensaba. Prejuicios. 

No sé a dónde se fue mi viejo, creo que tomó una moto y partió. Yo iba sobre la mía, y atrás de mí, una chiquilla amiga mía que sabía andar muy bien en moto. Yo iba aprendiendo y ella me gritaba las instrucciones que con un acto mecánico ponía en práctica y mi moto aceleraba. Quiero tener una moto así de pesada entre mis piernas. Vamos bajando por unas calles, claramente fuera de Santiago, por las que ya había pasado antes. Quizás en otros sueños. De hecho.

Llegamos a la casa de día. Entré a mi pieza que compartía con Matías, mi hermano. En la pared, colgaba una cruz que penaba siempre. Esta se movía de un lado a otro. Pena. Me han penado toda la vida y ya no me asusto como cuando era más chico. Ahora es hasta normal. Salí de la pieza y recorrí por toda la casa de madera, y por las innumerables piezas que tiene la casa, en búsqueda de Matías. Lo pillé en una salita cerca de la cocina, con un par de amigos: camilo y el goyo, y estaba mi madre. Todos comían sushi. Al verme, las vistas despreocupadas y poco formales de los amigos de mi hermano, ya me resultaban normales. No pescan. Son más grandes y qué les va decir un pendejo 5 años menor que ellos. 

Matías la cruz se está moviendo de nuevo- le dije.

Y qué querí que haga- me respondió con su tono, cara y quitando la vista como lo hace siempre. A modo de que lo deje de molestar. Cumplía su labor de hermano grande, o sea, no pescar al hermano chico.

No sé po, regalémosela a alguien por último- le dije.

sábado, 18 de diciembre de 2010

Testamento

Me voy a viajar y es lo mejor que puedo hacer. Un respiro. Me voy para volver y saber, sentir, mirar, oler y palpar el imperio espiritual de mi ser. Lo construyo a diario. Volver en el punto más alto de mi arquitectura, coronándola con un ladrillo. Hoy más que ayer y con cada hoy, siento más fuerte el amor. Amor a la vida. Amor a elegir sin comparar, sólo tener y compartir. Todo y sin peros, hasta que ya no me pueda los ojos. Ventana de la vida. Pasado, presente y futuro a cada pestañar. Maldita. Me delata. Me voy a escribir, leer y sacar fotografías a cada cosa que acose mi atención. Brindo por salud. Hay que saber vivir por uno, para seguir haciéndolo. Aprender a dar y quitar. A dar a quienes quieras y quitar cuando duela. El amor, la amistad y el mismo dolor. Me gusta escribir así. Sólo dejar llevar. Menos palabras entre puntos y con un beso y ya. Vivir, bailar, tomar, fumar, mirar el cielo y sonreír, cantar y sentir. Amo, vivo y muero por el cuerpo de una sola mujer. Sólo quiero despegar y subir, escalar a pie pelado y mirar abajo y no ver el fin. Sólo subir, para sentarme y meditar. Bajar, tocar la tierra con los pies. Volverme a conectar. Los teléfonos y sus mensajes, internet ya no me sirve. Feliz. Me voy sin decir adiós. Creo que es mejor así. Si volveré para abrazar, besar y sonreír. Sería tonto si no. De lo contrario, señores, pueden ir a mi  casa, entrar a mi pieza y llevarse lo que más les guste, a modo de recuerdo.

domingo, 12 de diciembre de 2010

reportaje


La enfermedad que nunca sana

Javier Phillips peleó contra tres enfermeros. Un minuto antes, revisaba los mensajes y llamadas de su celular, apoyado sobre una mesa, en una de las salas del Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Chile. “¡Suéltame concha tu madre!”, le gritaba a un enfermero que lo inmovilizaba por la espalda, tomándole los brazos. Otros dos, lo tomaron de las piernas, cuando Javier les contestó con patadas en la cara. Le sacaron las zapatillas, los collares y el cinturón. “¡Mamá, dile que me pasen mis cosas!” Llorando le gritó a sus padres, que a diez metros de él, abrazados, sólo miraron cómo a su hijo lo arrastraron hasta cruzar dos puertas blancas, donde ya no se escucharon más sus gritos.
Según el Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Chile, unas ochenta personas son diagnosticadas al año, bajo la condición de esquizofrenia, enfermedad que nunca sana. Éste es el caso de Javier Phillips, que el año 2004 fue internado a la fuerza con el diagnostico de esquizofrénico Paranoide. Esta condición aparece sólo entre los 20 y 22 años. Javier tenía 20, recién cumplidos. Los síntomas son discretos: apariencia, lenguaje, afectividad, ánimo e inteligencia parecen normales. Pero cuando se desarrolla el cuadro esquizofrénico, los delirios son: de grandeza, persecución y de autorreferencia (piensa que lo observan, vigilan, que están hablando de él). Cuando a Javier le cambió el “clic” en la cabeza, no dio señales en su casa. No le contó a nadie.
El año 2003 Javier acabó su vida escolar, para comenzar su primer año en la Universidad. No todo era estudio. Ser mechón implicaba conocer gente nueva y muchos carretes. Una noche cualquiera, descalzo, echado sobre el sillón de la casa de un compañero, vestido con unos pantalones de lana con muchos colores y una polera blanca de algodón con el cuello cortado, prendió un pito. Tiene el pelo de color castaño, largo hasta los hombros, cruzado por un cintillo en la frente, y tiene los ojos verdes. Sonrió y se le vieron las dos paletas, como los dientes de un conejo. Tomó cerveza de la botella y la dejó en la mesa. Se echó hacia atrás y apoyó la cabeza en el sillón.
Justo en ese momento, en una fracción de segundo, algo sucedió dentro de la cabeza de Javier. “Weón, estaba con los ojos cerrados, cuando en mi cabeza, algo hizo clic. De un segundo a otro, tuve la revelación de mi vida: las personas hablan en códigos. Todo lo que decían no es real”, recuerda Javier sobre la primera vez que se manifestó su enfermedad. Esa noche, Javier llegó a su casa, pero durmió.  Se quedó sobre las sábanas de su cama, inmóvil, en posición fetal.
Pasaron dos meses de aquel día y Javier no salía mucho de su casa. En las mañanas, se levantaba, caminaba por el living, la cocina, apoyaba las yemas de sus dedos sobre la mesa y las deslizaba lento por la superficie. Aún vive con José, su hermano chico. Cuando él se levantaba, Javier se ponía activo: cocinaba, conversaba, ponía la mesa para el desayuno. Según José Phillips, su hermano no desayunaba y se sentaba a preguntar a quienes conoce, amigos, tías, amigos del papá. José empezó a sospechar de Javier, cuando los “desayunos eran muy frecuentes” y parecían más un interrogatorio, que una conversación normal. Javier preguntaba tanto, para encontrar algún signo en las respuestas, alguna mentira, un error de concordancia.  “Todos me mienten” pensaba.
A fuera de casa, Javier se sentía dentro de una película. “En algún minuto creí que era el personaje principal de un gran show televisivo, como en la película “The Truman show” cuenta. Un día salió con su padre al supermercado, cuando entró a la tienda, por el alto parlante sonaba una canción de Pancho en Piedra, llamada Viejo diablo. “No me hagas sentir mal, cortando mis alas, no me hagas sentir mal” Javier le cantaba al oído a uno de los guardias de seguridad. “Cuando el guardia me miró, yo le sonreía con cara de idiota. No le dije, pero quería gritarle ¡te pillé weón!” Creía que todo el supermercado estaban confabulando en contra de él, distrayéndolo con música, para evitar que Javier se enterara de que todo era una farsa: su vida, el amor, sus padres, el sistema.
De hecho, no podía salir solo a la calle. Si alguien lo miraba de reojo, Javier le gritaba “qué mierda me miras. Sé lo que estás pensando de mí. Deja de mentirme. Sé que tú y todos lo saben”. Bastaba una conversación entre dos niñas en un paradero, que miraran a Javier, para que se exaltara y empezara a maldecir a la gente. Aquí, Javier cayó en la paranoia y la autorreferencia. Javier sintió pánico, porque todo el mundo hablaba de él. Literalmente, Javier estuvo imposibilitado médicamente para compartir en sociedad.
Javier le contó a su padre, quien lo llevó al Hospital Psiquiátrico de la Universidad de Chile. Ante una comitiva de doce psiquiatras, partió su tratamiento médico. Su punto más crítico, lo alcanzó cuando Javier se creía Dios. Él sentía que las personas vivían en una farsa de la que solamente él, los podía salvar. “Sentí tanto amor. Mi espiritualidad se elevó. Veía a todos muy pequeños, caminando tristes por la calle. Quería era ayudar a la gente” cuenta. Javier alcanzó el síntoma de grandeza.
Para Javier Phillips padre, la situación lo desbordó. “Me sentí incapacitado de ayudar a mi hijo. Lo único que podía hacer, era ir a verlo a diario y preguntarle si se había tomado los remedios” cuenta mirando al piso, con los brazos cruzados. Por lo mismo, un día el padre de Javier le dijo “acompáñame a la clínica, vamos a la Chile, hacerte unos exámenes. Vamos con tu mamá”. Anteriormente, habían ido varias veces, pero esta vez, Javier no saldría del complejo psiquiátrico.
 La primera noche Javier durmió sedado. Despertó en una pieza con las murallas acolchadas, descalzo y atrapado dentro una camisa de fuerza empapada por saliva. Los últimos cuatro meses del encierro, fueron los más fuertes. A la cabeza de Javier, le pasaron corriente de cien a cien. Le aplicaron la Terapia Electro Convulsivante o de electroshock. Once veces. Consiste en producir convulsiones a nivel cerebral, para romper las sinapsis (ideas) entre neuronas.
Javier estuvo parado frente a una puerta blanca, solo, descalzo y con una bata blanca. Las puertas se abrieron. “Habían dos enfermeros. Había una máquina parada junto a una camilla y foco de luz gigante, nada más. Me acosté en la camilla, me ataron de las muñecas y los tobillos. Una cinta de cuero apretó mi pelvis a la camilla. Uno de los enfermeros me puso una mascarilla y me dijo que respirara fuerte, y ahí, me dormí”.
Hace seis años que dejó el hospital. Ahora camina tranquilo por la calle, cargando su guitarra. Ya no ocupa cintillo y tiene el pelo. Viste con unas zapatillas negras, un pantalón café y un chaleco de lana verde.  Saluda con una sonrisa y un apretón de manos. Es una persona normal, pero aún debe tomar medicamentos. Si a Javier alguien le pregunta ¿has vuelto a pesar cosas? Él te respondería “De repente, se me vienen algunas ideas locas. No tanto como antes. Pero mejor olvidarlo al tiro”.

perfil


Tras los burritos: trabajo fácil

Personalmente lo conozco por el nombre de Don Pepe, pero en verdad,  son muchos los apodos que se le pueden entregar a una persona que vende marihuana. Tampoco se pregunta. Hoy soy copiloto de un dealer de weed que maneja una Citroen pick up con techo y puerta trasera, del año 95 y de color rojo. El piloto viste un buzo azul Adidas, con líneas blancas, zapatillas blancas y una polera de Colo Colo. Los lentes negros le cubren hasta las cejas. Dos dedos más arriba, parte su pelo largo hasta el culo, negro, crespo, sucio. Hay atrapados muchos pedacitos de algunas cosas, como papel o migas. De piel morena,  tiene  varios lunares en la cara, pero tiene uno en particular, grande, en el labio superior del costado izquierdo de la boca. Sin bigote,  ocupa un chivo con muy pocos pelos. Me mira, le pega una gran calada a un caño del porte de un tiparillo. Está manejando y su mano derecha guía el volante, con la otra fuma. Una sonrisa deja salir el humo que es aspirado rápidamente por el aire de la ventana. Tiene los dientes amarillos. Vuelve a fumar del pito, y al mismo tiempo, vuelve la vista al camino. En la calle sólo sería un hincha más del Colo. Quizás algún dirigente de barra blanca.

            En dirección a Huechuraba, bajando por la Pirámide,  suena uno de los dos celulares: almeja uno y almeja dos. Están sobre los compartimentos que tiene el auto para dejar vasos, colillas o cassettes. Con tres cuartos del caño apagado en la boca, Don Pepe toma el celular almeja y contesta. “Aló, sí con él (luego un silencio). Ya, voy llegando en 10. OK” y cierra la almeja de un golpe. Pasado el Salto, el auto se mete a la  caletera y luego a una calle con varios pasajes. Apaga el motor y a esperar. Don Pepe tiene 36 años y ha vivido de la marihuana desde los 15. Sólo hace tres años que fuma. Vende lo que compra en el campo. Dice que “cerca de la costa pa’ al norte, te pasan un saco de papas lleno de marihuana, igual de pesado, 20, 30 kilos”. Prende el pito estirando la trompa para no quemarse,  con una de las manos cubre el fuego para que no se apague. Todo está fríamente calculado: 1 gramo son 2 pitos y en sus paquetes de 10 mil pesos, él  vende 3 gramos. El auto se llena de humo, el olor se impregna en la ropa y no se escapa. A lo lejos se escucha la carretera y su rugido, pero la atmósfera se interrumpe por un carro tirado por un caballo. Una gota de sudor recorre la frente de Don Pepe, que con el pito apagado, mira sus dos costados. Está esperando un “burrito”. Deja la cola en el cenicero.

            De la nada, aparece por la ventada del pilota un tipo, más bien un adolescente de unos 19 años. Flaco. El pelo largo hasta el mentón, cubre una cara blanca. En la boca, carga un cigarro y el humo le entra a un ojo. Lo cierra un par de veces. Anda en una bicicleta azul, de estas viejas, con ruedas delgadas, el manubrio doblado hacia abajo en cada costado y los cambios de velocidad en el marco de la bicicleta. Se apoya en la ventana y dice “cómo le va pepe, dígame qué me cuenta”. Antes que el dealer responda, el chico mete la mano dentro del auto, pasándole un turro de billetes a Don Pepe. Por lo bajo, serán 300 a 400 mil pesos en billetes de a diez. “Ahora bien po” responde y recibe el fajo. Don Pepe sentado, se gira y de atrás de su asiento, entre papeles, palos, poleras y basura, saca una bolsa negra, chica, como bolsa de pan de panadería. “Está llena” le dice al joven y éste le responde que “ya, yo creo que la misma, pero el próximo viernes. Te llamo” le dice a Don Pepe, que estaba prendiendo un pucho mientras el joven le hablaba. Después de pegarle una pitiada, le dice “Oka” y prende el motor del auto. Por la ventana del piloto, se aleja el burrito sobre su bicicleta vieja, va lento y la bolsa con marihuana se menea y cuelga del manubrio, tal cual como una bolsa llena de pan calentito.

            El auto sale a la caletera, espera un retorno y el auto va de vuelta por Vespucio, ahora subiendo por la Pirámide. El auto está sucio, hay boletas y papeles repartidos por todo el piso. Bolsas de Mc Donalds y envases de botellas plásticas. Alrededor de la caja de cambios, hay una capa de cenizas que cubre gris el alfombrado color azul del auto. Sin duda, el de un fumador que lo hace manejando y no le importa en absoluto dónde caigan las cenizas del cigarro que se consumen más con el tiempo que lleva prendido, que por las aspiradas. Fuma y maneja, más por instinto que por práctica. En una luz roja, suena el mismo celular almeja, lo mira, no sabe quién es, no contesta. Vuelve a sonar y es el mismo número el que llama. Ahora sí contesta. “Aló, sí, con quién hablo. ¡Ah! ¡Ya! ¡Sí! A las dos. Dale. OK” y cierra el celular con la misma fuerza que en el primer llamado, como si quisiera romper el aparato. Acelera por Vespucio, “ahora hay que ir al otro lado” dice.

           
            Para en la Copec que está en Vespucio con Bilbao, se baja del auto y con una corrida de pasitos corto, como trotando, entra a la tienda vacía. Desde afuera, al otro lado del vidrio, Don Pepe saca su billetera, escarba, la guarda. Sostiene 5 lucas en la mano derecha. La cajera le pregunta algo y él responde con la mano, dice “2”. Saca una lata de Coca Cola de una de las máquinas, la cajera le pasa dos panes de completo y el vuelto. Don Pepe está listo para pegarse un “bajón”. Se demoró más en sacar la plata y pagar, que en comerse los dos completos y tomarse la bebida.  Son la 1:32 PM y el dealer está satisfecho, pero le falta “un poco de motivación”, como le dice él. En el mismo estacionamiento, antes de partir, saca un papelillo y sobre una caja Ziploc llena de cogollos, arma un pito similar al anterior. Sostiene el papel en una mano y con la otra muele un cogollo que va llenando el papel. Muele un segundo cogollo. Distribuye la hierba sobre el papel y empieza a enrollar. Saca la lengua mientras lo hace, como si le costara. Babea el pegamento del papel y listo, enroló más rápido de lo que se demoró en comer los completos. Se sacude la polera del Colo, manchada por unos puntos verdes. Se sacude los pantalones,  y con el pito en la  boca dice “listo, vamos”. Mira hacia atrás y retrocede. Avanza a una salida. Al mismo tiempo que el auto deja la bomba de servicio, entra un auto de los Carabineros que se estaciona justo donde el Citroen estaba estacionado. El dealer ríe de forma burlesca, con el pito apretado entre los dientes dice “¡Jajaja! “Pacos huevones”.
           
Suena la almeja número uno. “¿Aló?” pregunta claro y en seco. “No, a éste no te dije” y corta sin el golpe fuerte y sucesivo que tiene para cerrar el aparato. Ahora Don Pepe va callado, se va tocando la barbilla. El silencio se interrumpe con el rington de la almeja número dos, que no había sonado. “Aló, ya, te paso a buscar a Plaza Egaña en 5 minutos, estoy al lado” dice y corta. Después de un suspiro, se pone el pito que aún no había prendido y que lo estaba esperando. Lo pone en su boca y le prende fuego en la punta. Empieza a humear, fuma y lo vota el humo, como para prenderlo de una, y no volver a ocupar el fuego. Con las ventanas semiabiertas, el auto se nubla entero y desde afuera se nota que alguien va quemando algo ahí dentro. Es prudente bajar el vidrio y así lo hace. Se relaja y fuma moviendo la cabeza como si estuviera siguiendo algún ritmo. Ahí es cuando atina y prende la radio. Busca una frecuencia y se queda con la 88.9, “Radio Futuro, la radio del rock” decía la cortina, mientras Don Pepe cabecea. 

            Llegando a Plaza Egaña camina mucha gente, el próximo comprador podría ser cualquiera. Desde una anciana de 80 años, un borrachito o un caballero de etiqueta podría estar esperando. Pero no, llegando al semáforo suena un celular: “Aló, wn estoy llegando al semáforo en rojo ¿me veí?” pregunta el dealer, pero antes de que le respondan, corta con un golpe la llamada. Se ve en la esquina, un tipo parado, esperando la camioneta que acabaría con su angustia y echaría de nuevo andar su propio negocio. Es un treintón, con pinta de ser uno de esos eternos estudiantes, con barba y pelo largo color castaño sin tomar. Viste con pantalones claros de gabardina, las típicas zapatillas Converse hecha mierdas por el uso, un chaleco verde y carga un morral de lana. Un neo hippie se sube por la parte de atrás del pick up. Por la ventanita que une la cabina con la parte de atrás del auto, aparece un rostro, que en proporción, es más pelo que cara. “Cómo va pepe” le pregunta y antes de todo, le dice “¡OH! Buena dame unas quemadas”, al ver que Pepe fuma. Le pasa el pito y el comprador le da tres a cuatro caladas, se toma su tiempo y después de haber consumido casi la mitad del caño, lo pasa adelante.  “Chucha, estabai angustiado weono” le dice Don pepe y vuelve a fumar del caño.

            El auto baja por Eleodoro Yáñez y en la primera calle chica a la izquierda sirve para hacer la transacción. Don Pepe se estaciona, prende un cigarro y empieza a fumar. La cara del neo hippie sigue ahí, expectante, encuadrada por una ventana mínima. No despega los ojos de su dealer. Espera una señal, pero Don Pepe sólo fuma. Después de un momento con el pucho, gira la cabeza para mirar por la ventanita y da un pequeño salto, al mirar la cara inmóvil de su comprador. “Qué esperai weón” pegunta el jefe.”Pa´ qué” pregunta de vuelta el neo hippie. “Puta pa’ que te bají y te pase la wea” responde Don Pepe, con un tono obvio. “Chucha, dale” responde el tipo. Se escucha el portazo de la puerta de atrás. El tipo se apoya en la ventana y sin decir nada le pasa un fajo muy parecido al que consiguió en Huechuraba.  Sin decir nada, Don Pepe saca una bolsa igualita a la anterior y se la pasa. Éste la toma y la mete en su morral que protege con la mano. “Te llamo en dos semanas más, dale”  le dice el burrito a su jefe y se va caminado. Camina acomodándose las chascas de pelo por detrás de sus orejas.

            Son las 2: 43 y la hora de trabajo para este traficante de marihuana se ha terminado.  Al igual que un cajero automático, por la ventada del Citroen del 95, gastado, sucio por dentro y con todo lo de más, pasaron más de 700 lucas en menos de tres horas. El cenicero cuanta con 3 colillas de cigarro y dos colitas de los pito. Don Pepe repite el ritual: saca su caja Ziploc, un papel y muele un par de cogollos, los distribuye equilibradamente por el papel y enrola. Babosea el pegamento y el pito está listo. Empieza a buscar el fuego. No está a la vista. Busca en sus bolsillos, se escarba con ambas manos mientras sostiene el pito en la boca. Suena un celular. No es ni la almeja uno ni dos, es un tercer sonido. Un nuevo rington. Saca un celular de su bolsillo y contesta: “Aló, sí, mi amor, ahora sí, discúlpeme. Ya, cuénteme, qué quiere. Ya: pan, Coca Cola, mantequilla, leche y un chocolate. Mejor te llamo cuando esté allá. Un beso. Te amo. Chao” y guardar el celular en su bolsillo, terminando otro tipo de tranza: la casa, su casa.

            Antes de prender el motor, se da cuenta que está sentado sobre el encendedor, lo toma y prende el tercer porro en tres horas. Fuma del pito y lo deja reposar en el cenicero. “Me dio sed” dice.  Prende el motor y arranca. Llega a un Unimarc y se baja del auto. Diez minutos después regresa cargando tres bolsas por mano. Apura un poco el paso, va a la parte de atrás del auto, lo abre y mete las bolsas. Vuelve a prender el pito, el motor también. Va camino a su casa, vive en unos bloques cerca del Estadio Nacional. Se estaciona de cola, sube los vidrios a mano. Saca su caja Ziploc y guarda las colas. Se baja del auto y detrás de su asiento saca una mochila. Mete los celulares y la caja marihuana. Carga las bolsas y con la misma mano le pone seguro al auto. Camina hasta la reja del edificio. Sin soltar las bolsas, toca el timbre. Contesta la voz de niña chica, como si aún no supiera hablar bien. Don Pepe contesta:”Aló, mi niña linda, llegó el papá, ábrame la puerta, llame a la mamá”. La voz de la niña dice “ya” y el portón se abre con un golpe eléctrico. Se sierra de golpe y sus piernas se pierden al subir la escalera.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Amor puro

Lay down your arms and surrender to me.
Oh lay down your arms and love me peacefully. Yea.
Use your arms for squezing and please I'm the one that loves you so.
Oh there ain't no reason for you to declare
war on the one who loves you so.
So forget the other boys because my love is real.
Come off your battlefield.
Lay down your arms and surrender to me.
Yea lay down your arms and love me peacefully. Yea.
Use your arms for squezing and please cuse that's the way it has to be.
The weapons you're using are hurting me bad.
But someday you're going to retreat.
Cause my love baby is the truest you've ever had.
A soldier of love that's hard to beat.
Lay down your arms and surrender to me.
Lay down your arms and love me peacefully. Yea.
Use your arms to hold me tight. Baby I don't wanna fight no more. [x2]
Oh baby, lay down your arms. [x7]
Please baby lay down your arms.

domingo, 5 de diciembre de 2010

Vector

Una vez vi mi futuro inmediato. Recuerdo todo perfectamente. Estaba en el colegio, en el casablanca. Era hora de recreo. 4to Básico. Cielo nublando con garuga.

Estaba molestando al goma, un compañero que parado frente a mí, sostenía un paraguas en la mano.

De un momento a otro, yo estaba con mi mano derecha estirada a la altura de mi cara. A modo de que, si me tira el aparato yo me podía cubrir. Y con la mano izquierda, cubriéndome directamente la cara.

Supongo que le estaba diciendo que no le se ocurra tirarme el paraguas.

Antes de que sí lo hiciera, pensé que uno de los fierros descubiertos por la tela, entraría por una parte de mi mano: entre el pliegue del dedo pulgar y el incisivo.

El goma me tiró el paraguas y una de las puntas se enterró entre los dos dedos, de la misma forma que me imaginé que lo haría: la misma imagen.

domingo, 28 de noviembre de 2010

Nueva Entrada

Hoy jugué a la pelota con mis amigos. La mamá de un de ellos dirige un colegio y nos presta la cancha todos los domingo. 

A penas entramos, sacamos la red de voleivol, colocamos los arcos y a prepararse. Me saco las chalas y la polera, ando con shots azules. Me pongo las calsetas y las tillas y a pelotear.

Somos 10 en  cancha y siempre llevo dos poleras: rojo o color (selección chilena del 98 nº 9) vs blancos. Así elijo con quien jugar.

Voy a buscar la pelota. Trato de dominar un poco pero no me sale. Estoy tieso. Juego a la pared mientras los otros se alistan. 

Miro la pelota y le pego, intentando hacer un gol al ángulo. 

Sobre cada arco, hay una cesta para el basketball.

Desde el otro lado de la cancha la encesto. ¡UOH! Gritaban. Hasta saqué aplausos. 

Al principio, jugamos y llevamos la cuenta por la diferencia de goles. Es decir, uno arriba, dos, tres, etcétera. Si vamos 5 arriba y nos hacen un gol, quedamos 4 arriba y así. 

Llevamos el partido 5 arriba (rojos), nos  hacían un gol y metíamos otro al tiro. Hasta que nos empataron y quedamos a cero. Unos 40 a 50 minutos buenos: corriendo y calculando, armando y dando buenos pasas. Sin parar de moverse.

Paramos. Agua. Está bueno el partido. Todos están aperrando. Vamos al baño. Me mojo la frente, me limpio los párpados, la nariz. Hago gárgaras. Me mojo el pelo. Tomo poca agua por el enguate.

Entrando a la cancha ya estábamos todos reunidos de nuevo. El seba me mira y me ve con la pelota en los pies. "Oye pero la que hiciste no te sale nunca más po wn" me dice.

Pensé en que la encestaría. Antes de ponerme a pensar si entraría o no al cesto, volví pensar que sólo la encestaría y sentí la confianza, la capacidad de un profesional que sabe que no se va equivocar.

Miré y le pegué. La pelota rebotó en el borde de madera, lo que configura como todo el “arco de basketball” y entre unos rebotes extraños, la pelota encestó.

El seba se acercó y me dio esos cinco. Risas. Me rei.

Lo último sucedió en algo así como en un segundo.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Jorge Drexler - deseo

Yo soy, tan sólo
uno de los dos polos;
de esta historia, la mitad.

Apenas medio elenco estable;
una de las dos variables
en esta polaridad:

más y menos,
y en el otro extremo
de esa línea, estás tú,

mi tormento,
mi fabuloso complemento,
mi fuente de salud.

Deseo
mire donde mire, te veo
mire donde mire, te veo
mire donde mire, te veo….

Igual que hace millones de siglos
en un microscópico mundo distante, se unieron
dos células cualquiera…

Instinto,
dos seres distintos
amándose por vez primera.

Deseo
mire donde mire, te veo
mire donde mire, te veo
mire donde mire, te veo….

Dulce magnetismo:
dos cargas opuestas
buscando lo mismo...

Hoy canté, caminé y le pasie al perrE

Tiene siete años o los va cumplir. O sea, en vida de perro son 47 años y todavía lo tengo que sacar con cadena. Llegamos a la parte de atrás del parque y lo suelto. Camina 50 metros delante de mí, para, me mira. Sigo caminando, lento, fumando y en la otra mano se balancea la cadena.

Qué hago yo: Pienso. Pienso que si pienso mucho me voy a volver loco. Pienso cuando todo está quieto, pero en las nebulosas dejo de pensar

Camino y hablo en voz alta, con el tono sincero de la soledad de un paseo acompañado, mis palabras suenan más claras de lo que las escribo. Por qué. Porque me falta creer más sin pesar de lo que tengo; creer a fe ciega y vivir feliz con todo lo que me entrega la vida. Cuando quiera algo de ella, lo voy a tomar.

Le chiflo a Bayu. No me pesca, huele las bolsas. Ni me mira. Está del otro lado de la  calle y distingo sólo su cola color café como plumero. Es distraído y en cualquier momento cruza sin mirar. Viene un auto, él me está mirando. Va estar bien. Pasa el auto, me mira y cruza la calle desconfiado. Cómo va mirando pal lao.

Me imagino cuando soy viejo. Siento haber vivido toda una vida y me siento con el espíritu joven. Como si no reconociera el cuerpo que me encarna, desde los ojos hacia fuera y cada uno de los lugares de mi cuerpo.

El cuadro lo divido en 4 franjas simétricas y verticales. Así me veo, veo mi cara quemada por el sol de la vida, con barba, pelado, cubriendo la primera franja del lado izquierdo. Atrás, una casa de madera rodeada por árboles gigantes. Adentro, mi mujer y mis hijos e hijas. Yo rayo.

Pienso. Miro. Chiflo. Perro de mierda. Volvió a cruzar y ahora se quiere devolver. Me mira y va cruzar, pero viene un auto y Bayu no se ha dado cuenta. Cruza y el auto no para. Cuando puso sus dos patas en el cemento, escuchó el auto venir y se subió a la vereda. Luego cruzo. Aprendió. Lo han atropellado dos veces.

Saco el encendedor y prendo mi caño y pienso cómo estoy llevando  mis días, lo que se viene. Armarme pa la vida. Conocer. Vivir. Viajar. Pero antes, tener mi casa. Rayo.

Sé. Sé que me faltan vidas para leer y escribir como quiero.

Me gusta la crónica, rápida, clara, que va y viene en sus tiempos. La primera entrevista fue una cita a ciegas. Mal. Mirar sin moverme y sólo escuchar. Leer entre líneas y lo que me decía su cuerpo, su  cara, sus manos, su piel, los ojos. Y cuando me tocaba preguntar, era para escuchar lo que ya sabía. Fome.

En las finales, un reportaje sería todo junto. Un texto informativo, con una buena historia y un personaje como el de los perfiles, interesante por sí solo. Usar olores, colores, tactos, imágenes, gustos, sonidos, todo mezclado en una escena para dejar que la mente vea todo al leer el texto.

Voy a escribir con tinta y papel. Quiera o no será mi primer libro. Me aburrí de los esquemas dogmáticos, carceleros, encajonadores, nuevos, didacta. Los computadores no dejan equivocarme. Soy burro y me aburrí de esto.

Llamo a mi perro. Chiflo. Viene corriendo con la lengua de un metro. Le coloco su cadena. Caminamos y yo voy hablando en voz alta. Bayu me mira de reojo preguntándose y qué le pasa a éste. Y me quita la vista.

Lo primero que empecé a escribir fueron cartas de amor. 14 años. Contratos con firma de papá y mamá para que me dieran plata. 10 años. Dibujos y cartas que ahora veo y no las reconosco.

Pienso que tengo que escribir una crítica del "El rucio de los cuchillos". Tengo que escribir. Pienso en que te extraño. Te extraño. Pienso en el año y en su fin y su vuelta a uno nuevo. Como veo, pienso. Pero lo que me quita de mi  estado, es tan simple como el tirón de la cadena empujada por un perro que se tiró de hocico a la bosta de algún perro. Con la misma fuerza, lo levanto y lo tiro para que sigamos caminando. Olor a mierda.

Qué inútil fui. Se le murió su perro. Hoy. Supe a la vuelta de pasear a mío. Quedé como un tonto. 

Mejor sigo leyendo tu libro. Imagino que estoy en otro lugar.

La nebulosa se detiene y vuelve a estar claro y despejado el tiempo.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Cambio de piel

Me cuesta meter todo lo que siento en simples palabras. Siempre me va a sobrar. Mejor evitar algunas palabras. Así no le doy espacio para que suceda. 

Tal cual serpiente, dejé atrás mi piel. Soy otro porque uno siempre va ser lo que practica a diario en torno a sus años de vida. 

Sentirme a diario como me siento hoy... así tiene que ser. Un año nuevo en cada despertar. El tiempo empezó a correr distinto. No sube ni baja y dejé de escuchar al resto. Nadie sabe más de mí, de lo que yo sé.


Es inevitable hacer un catastro. Percibo el cambio. No lo siento. Así es la vida. Qué frase. Ahora sé su estado y su intención exacta, con la misma fuerza como cuando existió desde el primer momento que alguien lo dijo. Los momentos son momentos, sean buenos o malos. ¿Qué es malo para ti? 

De vuelta de la  casa de mi compadre, me tocó luna. El camino clarito pa´ la casa. Luz de luna. En la oscuridad del campo, es un sol. Chica camino con mis  manos en los bolsillos. Zic-Zac. Ni tanto. Pienso. Cuántos años han pasado. Escucho el sonido de los grillos. Siempre he sabido a dónde quiero ir por la vida, pero  me sorprendo por los caminos que me han tocado. No los que elijo, aunque al fin y al cabo son los que me han tocado. Por dónde he salido. 

Hay blanco y el negro. Hay colores intermedios. Con lo vivido,  es imposibleno resetearse como un pc. Hoy soy lo que ayer fui y no soy todo lo que fui por todo lo que seré y soy. Qué loco.

Quienes me van acompañar por este viaje de la vida.

Hoy fue un lindo día, como todos. Hoy recibí más abrazos y besos que otros días. La sonrisa: la misma. 

Cómo terminar mi día sin extrañarte. Ocupo las pulseras de Ruth para sentirte cerca. Para que veas que sí estoy loco. Me cuesta creerlo, pero de apoco empieza a ser más claro de lo que nunca antes lo fue. Me gusta el tiempo, es lo que más tengo para compartirte.

Sin peros. 

¿Vamos a conocer el mundo? Enséñame todo lo que sabes y yo todo lo que sé. Aprendamos juntos lo nuevo. Qué sueñas. Yo quiero saberlo. Yo también sueño y a veces lo hago contigo. 

Hoy fue un buen día, único en estos 25 años. Me veo los pies. Juntos. Se ven limpios, sanos, fuertes para caminar en tierra, barro, rocas, piedras, madera, lana, pasto, agua, listos.


lunes, 1 de noviembre de 2010

Desenfocado

Cuando uno sabe lo que quiere y mira fijo el objetivo, esquivando con la vista lo que esté en frente, es cuando escribo cosas como estas. Las respuestas siempre estarán en frente.
Repaso.
Recuerdo cómo la gente funciona y siempre me sorprendo. Hoy más que nadie, sé que las palabras ruedan a ratos (valen callampa), y que hoy en día, las acciones también. Por eso, hay personas que se desenfocan, desenfocando al resto.
Cuando quité el ojo del visor, para entender las palabras que intentaba escuchar, se acercó una voz al oído, y dijo "mejor vuelve a mirar". Acto inmediato: la vista fija.
Los actos impulsivos me ha jugado en contra. Siempre pierdo. Acostumbrado a olvidar y no quedarme con nada (rencor, dudas, emosiones).
Soltando más que la pluma, antes de ponerse a trabajar.

miércoles, 20 de octubre de 2010

Yo voy

Soy muchas cosas. Soy: amigo, hijo, hermano, primo, estudiante, onda. Soy fiel y me entrego fácil. La confianza en mí no se gana, sólo se pierde. He sido momentos, errores, pero uno no es una noche, ni una acción. Sé pedir disculpas. Sé aceptarlas también. Soy palabras que buscan acertar mis actos. Soy un obsevador neto. Digo y hablo cuésteme lo que me cueste. Así sé cuando acierto. Busco. Espero. Avanzo. Soy paciente. Pienso. Me proyecto. Es inevitable. Sueño a diario. Emprendo a diario un viaje hermoso en micro, de la u a mi casa ida y vuelta. Vivo. Charlo, me gusta y escribo. Recuerdo lo bueno y agradezco lo malo si en algún minuto lo fue. Soy sincero, claro. Fui, soy y seré padre, niño de nuevo, profesor de la vida. Enseñaré. Seré el constructor de mi casa. Seré quien acompañe el despertar de esa sonrisa . Tus palabras son ciertas. Soy el amante de la mujer. Soy la pasión en vida que está regalando un cielo a quien lo tome. Soy olfato, intuición. Soy amante y soy el amor sin razones. Soy posesivo, pero me gusta aún más que me posean. Soy un pensador, un calculador que está imitando el agua bajar. Voy a llegar al mar. Soy celoso. Me voy. Tengo que aprender de eso.  Había olvidado qué era sentir celo. Soy ideas. Soy futuro. Soy un proyecto que improvisa con el acierto que mi mente y pecho avisa. Cuerpo y mente en línea. Delicado. Soy libre. Soy feliz por lo que tengo y por todo lo que tendré. Amo y me gusta ver a la gente bien. Soy verdadero. Me gusta ayudar. Me gusta sacar una sonrisa. Me gusta mirar el cielo y sentir que amo sin tener. Me derrumba que no me creas. Pero más que mientan. Agacho la cabeza sólo para volver a levantarla. Soy quien sabe que la vida me va entregar todo lo quiero, siento y pido. Yo. Vibro con el medio día. Soy quien venció las dudas y el espíritu se claró y avanzó hacia adelante. Olvidé qué era la tristeza. Soy quien vibra con la música o con algún gesto que me dejaste en el día. Sonrío solo. Soy a quien no conoces ni un poco y por ahora no hay por qué. Profundo. La vida me deslumbra y no me canso de que lo haga. Sin miedos. ¿Hay por qué tenerlos? Ser perfecto como el Universo. Dinámico. Sin topes. Hay que creer. Arriesgar. Qué importa. Quiero algo inmenso  y  tengo que entregar todo lo que soy para recibir lo mismo y/o algo más hermoso que palpar un sueño. Pero. Hoy. Hoy mismo. Quiero que siga todo tal cual como está. Porque así está bien. Así me gusta.



sábado, 9 de octubre de 2010

The Beatles - Oh! Darling

Oh! Darling, please believe me
I'll never do you no harm
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm

Oh! Darling, if you leave me
I'll never make it alone
Believe me when I beg you
Don't ever leave me alone

When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and cried
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and died

Oh! Darling, if you leave me
I'll never make it alone
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm

When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and cried
When you told me you didn't need me anymore
Well you know I nearly broke down and died

Oh! Darling, please believe me
I'll never let you down
Believe me when I tell you
I'll never do you no harm



dedicated

JOHN LENNON

ES INEVITABLE PENSAR QUE ESTARÍAS HOY ACÁ, TOCANDO, ENCANTÁNDONOS CON TU PRECENCIA Y TU MENTE, TU IMAGINACIÓN, TU VOZ. GRACIAS LENNON, AFLORAS EN MÍ UNA EMOSIÓN QUE POCAS VECES SIENTO Y CUANDO TE RECUERDO ME DAN GANAS DE LLORAR, Y NO DE PENA PORQUE NO ESTÉS, SINO DE FELICIDAD. SIEMPRE ESTARÁS. FELIZ CUMPLEAÑOS NÚMERO SETENTA.

jueves, 7 de octubre de 2010

Casa Blanca

Repetí segundo Básico. Me "hicieron repetir" en el Luis Campino, pero me cambié a otro colegio: Casa Blanca. Recuerdo estar en prueba de inglés, todos metidos en el control, concentrados, en silencio, y yo mirando todo, distraído, mirando para el lado, viendo qué hacía el otro. En la prueba, había dos columnas: una con palabras en inglés y otra con palabras en español. Había que juntar con una línea las dos palabras con el mismo significado. Como no sabía nada, me puse a copiar. Miraba de donde salían las líneas y veía a donde terminaban y así. Mis notas era: 1, 1, 1, 7, 1, 7, 7, 1, 7. Mis profesores notaron la extrañeza y un día, en una prueba, mi profesora me sacó adelante y tuve que hacer la prueba de rodillas, apoyando la prueba en una silla, frente a todo el curso. Me saqué un 1. 

De ahí, los tres hermanos, nos fuimos al colegio Casa Blanca. Era una casa pintada de color blanco y sus piezas eran las salas de clases. El colegio era de bajos recursos y barato, algo que en el mal tiempo que pasaron mis padres (económicamente) calzaba bien para continuar nuestra educación. El perfil: colegio para niños con déficit atencional, disléxicos, niños violentos y algunos con riego social. También había un niño en silla de ruedas con algún retraso mental. El colegio llegaba hasta 8 básico y mi hermano más grande iba ahí, le decían guagua por lo grande.

Vi de todo: peleas a combos y patadas en todo el hocico, guerra de piedras, cumplir apuestas como meter la  cabeza al waters por un ca-chi-pun y tirar la cadena. Vi a una persona llegar al colegio con los ojos morados, nariz rota y un par de puntos en la cara,  caminando por el medio del patio, con lentes. Tiempos de los piños y  el hip hop, rayar las calles y correr, sólo que a Maloni (su tag) lo pillaron y le sacaron las cresta en la calle. Una vez un loco desmayó a una mina con esa técnica de apretar una parte de la clavícula y la vi  caer al suelo, mientras otro grupo de locos se reían. Pero lo más impactante, fue ver como a un tal Donato, lo metía en una sala y le tiraban sillas en la cabeza, y todo porque le agarró el culo a la hermana de Murphy.

Una vez salí de clase y fue al baño, los grades le decían “el pantano”, y de hecho, en la fuente donde uno mea parado, estaba dibujado un pantano, con un cocodrilo que mostraba los ojos y la cola. Uno se entretenía mirando los dibujos mientras meaba. Cuando entro al baño, están dos compañeros de mi hermano grande y me saludan "buena guagua chico". Uno de los dos se llevó un pito a la boca. Yo sin saber de qué era ese olor, entré a hacer pipí. Miro la pared y hay una fila de personitas dibujadas a palitos, uno tras otro con el pico parado que se representaba por una pequeña raya. En el medio del trencito, uno que no tiene pico, sobre él una flecha y sobre la fecha el nombre o apodo escrito "el petaca", amigo de la familia que vemos hasta el día de hoy.

En mi curso estaba Javier Donoso, un chico problema, enojón, ritalín, violento. Tanto así, que un día le enterró un lápiz en la frente a un compañero. El lápiz le quedó colgando de la frente. Otro día, el mismo niño, le pegó una patada en la guata a la profesora Rosario, que tomó un curso más chico para soportar el estrés de estar embarazada. De hecho, el primer día de clase Siegfried, un volao, le estaba pegando a un compañero, a Javier, y salí en su defensa. El loco me pegó un par de patadas en la raja, hasta que llegó Rodrigo, un compañero de curso que debería ir en 4to y no e 2do, que le pegó un par de charchasos y así nos dejó tranquilos a todos. Toda una selva de bullying.

Otro igual

Hay una idea en la esfera, una teoría que dice que hay otra persona igual a ti en otra parte del mundo. 

A mí me tocó en la micro, en las amarillas, las viejas. Me subo. Pagó los 120 pesos. Camino por el pasillo hacia los asientos del final, cuando miro a un costado y una persona que estaba sentada me mira. Al tipo se le abrieron los ojos al  verme y no me despegó la vista sólo hasta que me sentara.

Nunca antes lo había visto, pero sí éramos muy parecidos. Tanto así que me alarmó pensar que había otra persona igual a mí y que me podían confundir con alguien más. Antes de que bajara, no lo quería mirar, pero estaba sorprendido y lo vi. Él estaba intranquilo, afirmado del timbre, cargando sus cosas miraba al techo, seguía el ritmo de algo con unos golpes del talón, me miraba de reojo cuando quitaba la vista.

Un metro setenta, pelo castaño claro cortito, gran frente con entradas, bigote con una barba de días, algo cachetón de boca chica y ojos cafés. Una nariz chica, redondita, bien formada. Hasta nos vestíamos parecidos, jeans y chaqueta de jeans, morral y zapatillas blancas. Aprieta el timbre, se abren las puertas y nos miramos, cada uno confirmando que vio a su doble en la misma micro y no espera llegar al carrete para contar "wn hoy día en la micro vi a un weón igual que a mí".

Gato sin nervios

Cuando era chico torturaba a mi gato. Se llamaba Telmo y su historia parte en la calle El Pillán en Las Condes. Una tarde noche, con mi hermano estábamos pelusiando el par de callejeros antes de ir a bañarse, comer y meterse al sobre, y escuchamos un miu que no sabíamos de dónde venía. 

Mi hermano pilló a un gatito chico, desnutrido, perdido. Ya en la casa, yo estaba acostado en el piso con la cabeza apoyada sobre un brazo, viendo al gato conocer el lugar. Hasta que se acercó a mí y me pegó un rascuño en el ojo. Desde ese día, supe que nos llevaríamos mal. 

Queríamos ponerle William Wallace pero no se le veían los coquitos y le pusimos Telma, "tratando" de copiarle el nombre a la gata amiga de Garfield, que se llamaba Mermal. Todos totalmente perdidos, después de un tiempo le salieron los cocos y no quedó más que llamarlo Telmo.

La cosa es que cuando el gato creció, lo colgaba del segundo piso, lo tiraba a los perros que pasaban por fuera de la casa. Una vez lo tiré a la piscina de plástico. Lo arrinconaba en la pieza de la nana y le pegaba almohadazos. Pero lo que más me entretenía, era sacarle los bigotes y metérselos en la nariz para verlo estornudar.

Después de un tiempo prolongado de tortura, o sea, de webiarlo una vez al día, Telmo se cagaba solito al  verme. De grande, supe que los bigotes del gato miden lo mismo que la cadera, y que los ocupan para medir los espacios: si pasa la cabeza del gato, también la cadera.

sábado, 2 de octubre de 2010

Pez de sangre fría

Tuve un pez naranjo. No me acuerdo del nombre. Creo que se llamaba PEZ. La cosa es que le gustaba saltar en su pecera. Quizás era como un acto de libertad para él. Quizás todas las noches planeaba un escapa perfecto y liberarse de la cárcel de cristal. O lo que es peor, se quería suicidar, ahogarse. "Adiós mundo, la vida en el agua con cloro no es vida, yo quiero vivir en el mar". Quién sabe lo que pensaba, sólo el pez.


Yo sabía que le gustaba saltar porque lo escuchaba cuando venía de vuelta al tacho. ¡Cluc! y caía perfecto. Más de una  vez me despertó. Una mañana me levanté a darle comida, pero el pez... ¡No estaba! Radié la pecera con la vista, como si no fuera más claro.


Miré debajo del mueble y he ahí posado, muerto el finado, tirado el cadáver, un cadáver de pez. Por lo menos no murió pescado, sino bajo su voluntad, haciendo lo que le gustaba: saltar. Todo su esfuerzo, noches y noches de práctica no fueron suficientes. Mi amigo Pez saltó pero no cayó su último clavado.


Tuvo un funeral como todo pez. "¡OH! Pez que ahora te encuentras en un mejor lugar, quizás allá abajo en un arrecife, junto a tus amigos gozando de una mejor vida, para la que fuiste hecho. Este fue tu historia y tu destino. Sin duda, el Universo te depara un nuevo y mejor camino. Bendiciones y ten un buen viaje" lo solté de mis dedos, esta vez sí cayó en el agua y tiré la cadena.

perro

Cuando suenan las llaves de mi casa, Bayú se vuelve loco. Se sienta en frente mío, se va, vuelve y se sienta. Llora bajito.

"Llaves. Voy a salir. Voy a salir. Voy a salir. Sí. Por fin. ¡Amo te amo! Por fin. Estás caminando. A dónde vas. ¡A dónde vas! Vas a la puerta. Voy a salir. Voy a salir. Toma la cadena. Mi correa. Mi correa. ¡Tómala! Toma mi correa. Por fin, voy a salir a la  calle, voy a cagar, mear y molestar a los todos los perros. Mírenme, ládrenme, soy la envidia del barrio. Mi amo me saca a pasear. Voy a salir. Puerta. Reja. ¡Ya estoy afuera!”

O la otra, es en la mañana. Uno duerme plácido en su cama y derepente me despierto por un portazo, abro los ojos y veo a Bayu volando, en el aire, estirado, saltando sobre mi cama. Ama despertar a la familia por la mañana. Cualquiera que entre de la misma forma a mi pieza, de seguro me arruinará el despertar, pero él no. 

Estábamos los dos mirando el techo, él me mira y bosteza. Lo miro y bostezo. Me mira de nuevo y bosteza. Al mismo tiempo, me da bostezo y lo hago bostezar de nuevo. Me reía solo.

martes, 28 de septiembre de 2010

Crítica teatral. Obra: "Memoria al fuego"

Memoria al fuego disparado

“Memoria al fuego” es una obra teatral dramática, donde los personajes hablan de amor, esperanza, trabajo, traición y el asesinato. La compañía Nina Chiara, encargada del espectáculo, lleva a las tablas un trabajo lleno de matices, colores, interpretaciones y música en vivo. Reencarnando la historia de Latinoamérica, llega a la memoria de todo espectador y causa la emoción.
            Siendo este el tercer montaje de la compañía Nina Chiara, “Memoria al fuego” es un espectáculo que se desarrolla sólo con el lenguaje físico, corporal de los actores. Pero es acompañado por la música en vivo, que marca la pauta de los momentos fuertes o suaves de la historia. Es un hilo conductor de la temática, que trata la imposición de la fuerza sobre otro grupo de personas. La obra parte con una premonición de un chamán Maya, que predice la esclavitud de los hombres y la futura tristeza del Dios sol. Esta idea, se puede tomar y recrear en cualquier país de Latinoamérica que haya vivido una dictadura, tal cual como fue en Chile.  He ahí su peso temático, que no pasa indiferente en nuestras aulas teatrales, ya que es un buen recordatorio para quien no quiera olvidar.
            Las actuaciones de los siete personajes son claras y fluidas. Se nota que ya es la tercera vez que presentan el espectáculo. Se ven cómodos actuando. La vestimenta bien define el papel de cada uno: la abuela, la nieta que vende libros o los que trabajan en la imprenta. La utilización de máscaras en esta obra, es un recurso positivo. Da la sensación de que fueran más de siete en escena. En el montaje, ese especie de biombo que hay atrás, en donde van pasando los personajes de la feria, el curadito, el verdulero, los músicos pidiendo plata, es un acierto. Se juega muy bien con las dimensiones y perspectivas, como cuando enfocan el escritorio del gangster, pero desde arriba, dejando ver sólo sus pies y cabeza. Por último, los músicos que tiene el protagonismo, por ser la mitad de la obra, estaban muy esquinados en el teatro. Hay que darles más protagonismo, ponerlos en las escenas mismas y no tan arrinconados, iluminados por una luz tenue.
“Memoria a fuego” mezcla el lenguaje corporal de los actores y la intensidad de los momentos con la música en vivo. Es un espectáculo hecho para el espectador que quiere ir a observar y escuchar una propuesta nueva. Con una temática profunda, un desenlace algo conocido en nuestra historia, la obra teatral llega a los corazones y a la memoria de todas las personas en la sala.

lunes, 27 de septiembre de 2010

Crítica teatral. Obra: "Hijo de pobre"


La obra de teatro “Hijo de pobre” es un espectáculo que apela a un reencuentro con la magia y la niñez de los espectadores.  El montaje se adecuó para los actores como para las marionetas, permitiendo una fluidez en la actuación de todos los personajes. La obra cumple con la función de entretener, sorprender y renovar la experiencia de ir al teatro a ver algo nuevo.
“Hijo de pobre” es una obra teatral que utiliza un recurso algo olvidado en los escenarios del país. Es una propuesta interesante, atractiva a los ojos del espectador, que al entrar al teatro, sólo ve  dos personajes en escena.  Al momento de prender las luces y ver que son dos actores y tres marionetas, el espectáculo toma otro carácter: el de ver a pequeñas personas de medio metro, reencarnando dolores, pensamientos, frustraciones y sueños. La dinámica que existe entre el actor y la marioneta, es clara. Cada actor está vestido con la ropa de la marioneta, por lo tanto no se oculta a quien anima a estos pequeños personajes. Lo que sí dificultó esta dinámica, fueron los momentos en que el actor se desligaba de la marioneta para entrar en escena. A estos momentos, es faltó sutileza. Quizás tomarse medio segundo más, para salir y entrar en los respectivos personajes.
            La escenografía fue un acierto para el desarrollo de la historia. Cada lugar fue utilizado en su totalidad, creando espacios nuevos a lo largo del cuento. Partiendo por la casa con techo de lata, donde dormían dos marionetas en una sola cama. También la pequeña rampa que se interpretaba como un cerro, y luego es abierta para dar a conocer una mesa, en donde una de las marionetas alegaba, ebria, por la pérdida de un bien (la vaca) relevante para uno de los personajes. Para ser espacios tan pequeños, los actores como las marionetas supieron aprovechar todo el espacio, dando más de una dimensión a un mismo recurso. Sin embargo, en algunos momentos, los actores se vieron incómodos maniobrando los muñecos. A pesar de lo bien que se ocupó el espacio, falta un poco de soltura y más sincronización, para no dejar ver la incomodidad del momento.
La obra teatral “Hijo de pobre” es un espectáculo entretenido para la vista, tanto como para adultos como para niños. Sorprender ver a los marionetas recreando penas humanas, maldiciendo o tomándose la cabeza mientras dicen algo. Sorprende desde el minuto en que entran a escena. Sin duda es algo nuevo que hay que desarrollar con más profesionalismo en el teatro chileno, que en cada espectáculo se busca una propuesta nueva.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Pisco Elqui

18 de septiembre de 2010

200 años y miren este cielo.

Gracias Sol, Dios, Universo, Energía o qué habrá reglado algo tan  hermoso.

Chile es único y con creces.

SCOUT

Me figuraba con la jose y el pipo, semi-brorrachos, bajo el cielo único del Valle de Pisco Elqui para el 18, cantando la promesa scout y empinando la botella dice:

Siempre mi promesa
he de cumplir
(honor)
honor, lealtad y pureza,
hasta morir.
(¡yo quiero!)

Yo quiero amarte si cesar
Oh buen señor
Protege mi promesa
De explorador

(¡la ley!)

La Ley y la buena acción
son para mi,
lo más sagrado y por mi honor,
las prometí.

Yo quiero amarte si cesar
Oh buen señor
Protege mi promesa
De explorador

(¡Jesús¡)

Jesús, hermano mayor,
Rey y Señor,
seré si Tú me ayudas
un modelo scout.

Yo quiero amarte si cesar
Oh buen señor
Protege mi promesa
De explorador

Increíble mil recuerdos