Veníamos del colegio y la única micro que pasaba por la casa era la 217. Al negro lo conocí en los condominios, una tarde noche nublada (como la de hoy). Me preguntó "vo vay en el Casablanca" y supe que vivíamos en la misma parte e íbamos al mismo colegio, y no lo conocía.
"Y cuál es tu chapa" me preguntó.
"¿Mi qué?" le dije, imaginándome la chapa de una puerta.
"Tu chapa, tu tag, tu firma, vo rayai? me preguntó.
Sí, había rayado antes pero nunca como cuando nos cargábamos y salíamos a bombardear las calles con latas, plumos, stickrs, flops con skines y fatcat. De noche. De día, nos conformábamos con subir a la micro y rayarla con un chancho recargado con tinta de zapato. Si la micro iba sola, como sucedió varias veces, nos cambiábamos de asiento para rayar las otras ventanas. Nos delataba el olor, pero a pesar de las miradas, siempre salíamos invictos. Hasta bajarse de la micro por atrás y rayarla por afuera. Todo por el auspicio diario.
Ese día esperábamos la micro que subía por Bilbao desde Alameda. Nos dejaba a una cuadra de la casa. Nos subimos, caminamos hasta el final y nos atrincheramos con las mochilas en los asientos.Uno raya mientras el otro sapeaba al chofer. Chaucha. Chaucha.
No sé qué plumón ocupamos, ni el color, ni el ancho. Sólo sé que la micro paró, el chofer dejó su asiento y caminó con un palo en la mano hasta nosotros.
"Ya pendejos culiaos, no voy a mover la máquina hasta que limpien esta wea o les juro que los llevo a los pacos" nos dijo.
Quedamos blancos. El chofer nos da la espalda y camina a su asiento. Las puertas traseras estaban abiertas, la micro no se movía, no estaba prendida.
"Negro, saltemos, vámonos wn" le dije.
Se prende el motor. "No, wn, no" me dijo.
"Ahora o nunca negro" le dije y me paré.
La micro estaba empezando andar, cuando le grité al negro "ahora wn" y salté justo cuando se estaba cerrando las puertas. Me doy vuelta, y estaba solo.
¡El negro se quedó en la micro!
Obvio, me pasé mil rollos. Este wn se fue en cana, qué le voy a decir a la vieja, este wn se va enojar caleta conmigo, etc...
Tomé la próxima 217. Me subí, me bajé, caminé a la casa y ahí estaba el negro. Sentado en la vereda de los estacionamientos, con una mano en la cabeza. Como tapándose el rostro. Había llegado antes que yo. "Negro qué pasó al final" le dije. "Puta, una viejita se apiado de mí y me prestó ese esmalte pa uñas y pude limpiar la wea. Después me bajé de la micro no más" me dijo.
20 Pesos
Venía del colegio, pantalón y camisa, sin corbata. Subiendo por Bilbao, pasando Manquehue, con el Club de Golf a la derecha, la micro se para. Su pana. Entonces, habitualmente, se pasan todos a una micro del mismo recorrido, o todos se paraban y bajaban por la parte de adelante de la micro, devolviendo el boleto y recibiendo el dinero de vuelta.
Yo era el último, sin apuro de esperar hasta el último, hasta que me tocó. Le pasé mi boleto color verde, escolar, al chofer de la micro, un tipo viejo, flaco, con poco pelo, lentes gruesos, de pantalón azul y una camisa celeste que le quedaba grande, donde se le perdían los pellejos del cuello. Y me devuelve 100 pesos.
El pasaje escolar costaba 120 pesos en ese entonces, por lo que le dije "oiga, pero aquí faltan 20 pesos". No me respondió, mientras blasfemaba entre dientes.
"Señor, me faltan 20 pesos para tomar la siguiente micro" le dije, en represalia a su indiferencia.
“!Ándate de acá weón!" me dijo, mientras lo miraba del segundo escalón de la micro.
"Deme mis 20 pesos" le dije y le estiré la mano. Querí tus 20 pesos pendejo reculiao, aquí los tenis pos weón" y agarró los 20 pesos y me los tiró en la cara. Me tuve que contener.
Heladero
10 de la noche en la Cañada con Loreley, esperando cualquier micro que me dejara en Tobalaba con Providencia. O sea, casi todas, pero pasó las 217. Perfecto, acostumbrado. La hago parar con el dedo y pregunto un clásico "tío, me lleva por 100". Obvio que no me pasó el boleto de escolar y que se los llevó la gamba a su bolsillo. De hecho, ni me miro, casi ni paró la micro mientras le preguntaba. Yo me subí de un salto y caminé hacia atrás.
Yo me debía bajar en la esquina de Tobalaba con Vespucio. Algo así hice. Toqué el timbre, pero el chofer se pasó la roja. Abrió las puertas de atrás, bajé un escalón esperando que parara. Pero no lo hizo del todo y salté pensando en la grandiosa habilidad que tienen los heladeros para bajar de las micros en movimiento.
Pero no. Iba en el aire, cuando me tomé del semáforo y mi mano me estanco, me detuvo en pleno vuelo, al punto de levantarme y quedar paralelo al piso, para luego caer de mentón al cemento. Sentí el golpe en la pera, pero lo que quitó mi atención fue no respirar. Esa sensación involuntaria que dura el tiempo necesario como para pensar que nunca se acabará.
Me retorcía en el piso, intentando tomar un respiro, cuando se acercó un tipo, se encuclilló, abrió su chaqueta azul y sacó una credencial, diciendo "no te preocupes, todo está bien, yo trabajo por la seguridad de este punto, ya viene carabineros, nosotros aquí..." A mi me importaba un huevo, yo no podía respirar y un weón me daba un cátedra de su pega.
Llegó el aire, y también una segunda persona. Una mujer con una chaqueta rosa, con una credencial parecida. "Qué le pesó" le preguntó a su colega. "Se cayó de la micro" le respondió.
Cuando empiezo a moverme para pararme, estas personas me detienen, me dice "no, no, quédate en el piso y no te toques la barbilla". Cómo, por qué. Y lo primero que hice fue llevarme las manos a la barbilla, que quedaron manchadas con sangre. Yo pensé que era un poquito y no más, algo así como limpiar el lugar, poner un parche casero y así yo podía llegar a mi carrete.
Así que, dentro de toda la gente, desde el suelo, pedí un celular y me lo prestaron. Llamé a Pepe y le dije "Oye wn, espérenme que yo me voy a demorar un ratito en llegar".
"Flaco, viene Carabineros, para constatar lesiones y luego te llevamos a la posta a que te cosan" me dijo el de chaqueta azul. Pregunté cuántos puntos serían, y el tipo dijo "no sé, 8 o 10". ¡Qué chucha! Mi noche se fue al carajo.
Dos pacos en moto pararon a la micro, porque tengo entendido que el tipo paró cuando me vio en le piso, pero después aceleró y se pasó una roja. "Señor policía, yo vivo acá al lado, me podría ir a mi casa y ya" le dije al paco y el respondió con "no es el procedimiento". Le insistí que fuéramos a mi casa y luego nos fuéramos a la posta con ellos, y accedió.
En los condominios, en el edificio D, en el cuarto piso, frente a la puerta 406, yo con la pera sangrando, con un babero rojo en mi polerón, medio pálido por la pérdida, acompaño a un carabinero que tocó el timbre de mi ex casa, mientras mis padres tenían una cena con unos invitados. Mi viejo abrió la puerta, me vio y dijo "qué no te vea tu madre".
Ladrón enseña a ladrón
La micro paró en el Parque Arauco. Sin pagar, en una fila subió una familia entera: padres, hermanos, tíos, hijos. El chofer trató de decir algo, pero se llevó un paipaso y una frase: "vo sigue manejando no más". Entre sus ropas empezaron a desembolsar todos los productos robados en la sesión de ese día. Vi desodorantes, camisas, pantalones, chocolates. Celebraban su botín. Entre toda la gente, había una niña de 6 años y uno de 8. Ambos sonrientes, con los ojos deslumbrados, estaban felices. Habían ganado, lo hicieron bien. La niñita más chica, miró a su madre y le dijo con todo el amor del mundo "mira mamá, mira lo que saqué yo". Y debajo de su vestido con flores, sucio, igual de manchado que su cara y sus manos, con ese pelo negro, liso, desordenado, sacó una caja de lápices de colores. La madre, casi inexpresiva, sin mirarla, le puso una mano en la cabeza y le dijo "muy bien mi niña". La niña miró a su, no sé, primo más chico y los dos sacaron unas carcajadas de emoción.
Persecución
Salía de la u para tomar el metro Los Héroes. Antes de bajar, escuché unos bocinados, un escándalo a lo lejos. Miré para atrás y vi una micro amarilla, adelantando autos yendo de un extremo a otro de las 4 pista.
Cuando pasó por enfrente mío, se escuchaba una sirena a lo lejos. Lo perseguían los tiras. La micro frenó para pasar de la segunda pista, a la que está a su derecha y meterse por una calle chica.
No sé cuántas toneladas pesa una micro, pero toda esa estructura se detuvo casi en seco, al punto en que la rueda de atrás se levantó del piso. Pasó un auto y se tiró a la derecha y se metió a la calle. Un sapo iba de copiloto, con la mitad del cuerpo afuera de la puerta, sosteniéndose con una mano y con la otra apretando unos billetes y dirigiendo el tránsito.
Plan de robo
Iba camino a la u, bajando por alameda. Un viejito, de traje azul, de unos 80 años, toca el timbre y se prepara a bajar. La micro va en movimiento, pero el timbre ya sonó. Al mismo tiempo, se paran 3 tipos. El número uno, que se para en la mitad del pasillo tapando la visual del piloto. El número dos, es el que crea el primer contacto con la víctima. De hecho, éste se acercó y le dijo “caballero, yo lo ayudo a bajar” y tomó su posición: bajó un escalón de las puertas de atrás y se puso enfrente del señor. Le tomó los brazos y el anciano respondió con un “muchas gracias caballero”.
Y un tercero, el cerdo que acciona el crimen, el hurto mismo, que se puso detrás de la presa ilusamente senil. Este tipo le puso una mano en el hombro y con la otra le escardaba los bolsillos, lento, con todos los tiempos medidos.
Yo, miraba todo de frente y me di cuenta cuando el tipo le metió la mano en el bolsillo derecho. Al fondo de la micro, me removí de mi asiento, el último, el que está en medio y da al pasillo. El tipo que estaba robando, afeitado, de terno, con olor a una colonia barata, me miró muy serio, giró la vista en 180 grados y miró al tipo número uno. Así, me miraron los dos de vuelta. El matón número uno, era sólo para eso, para intimidar a quien se de cuenta y pueda intervenir en su plan.