sábado, 14 de mayo de 2011

En algún momento


Corro por un bosque de eucaliptos. Árboles grandes con hojas largas y puntiagudas que cubren los costados del camino principal. Sobre tierra, tomo una curva. La espesura de las copas filtra la luz de una tarde roja. Paso dos casas de dos pisos, de ladrillos grandes, gastados. No tienen techo. Están desabitadas hace siglos. Mis piernas corren enajenadas. Vuelvo la vista, voy siguiendo a dos niños que corren mirando hacia atrás. Un gigante nos persigue y con cada paso corta el tiempo y los sonidos invasivos. Es como una masa que avanza y muta y arrastra todo a destiempo. El agua cubre el bosque y se acaba el camino. El tope es un muro hecho de árboles completos. Nos subimos a la parte más alta. Esto no va aguantar. Soporta unos minutos. Uno de ellos se cae al agua y el otro se lanza a rescatarlo. Sé que no va aguantar. Escalo, me paro en la parte más alta de muro. Mientras el agua sube, salto a las ramas de un árbol vivo y me afirmo de ellas. Se escucha una roca gigante bajar cerro abajo. No es como lo imaginaba. La veo venir, el agua choca de frente al árbol, a mi espalda, y por los costados estallan las burbujas y sólo pienso en que soy parte del árbol. Aferrado y sin aire, creo ciego ante el odio de mis dioses griegos.

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